★★★☆☆ 7/10 2024 Reino Unido(2024) Duración: 115 minutos
DIRECCIÓN: Edward Berger
INTÉRPRETES: Ralph Fiennes, Stanley Tucci, John Lithgow, Isabella Rossellini, Sergio Castellitto, Brian F. O'Byrne, Lucian Msamati, Jacek Koman
GUION: Peter Straughan
BASADA EN: la novela escrita por Robert Harris, y publicada en 2016
FOTOGRAFÍA: Stéphane Fontaine
MÚSICA: Volker Bertelmann
CRITICA: (SIN SPOILERS)
Opina @gandolcineConclave (2024): Intrigas vaticanas que atrapan hasta el último minuto
En un año cinematográfico que ha traído grandes decepciones (Gladiator 2, te estoy mirando a ti), Conclave se alza como una agradable sorpresa. Dirigida con precisión y con un respeto palpable hacia el material que adapta, esta película logra algo que pocas consiguen hoy en día: mantenernos pegados a la pantalla, genuinamente intrigados, hasta el último segundo.
La premisa no podría ser más prometedora: tras la inesperada muerte del Papa, el cardenal Lawrence (interpretado magistralmente por Ralph Fiennes) debe liderar el ritual más secreto y solemne de la Iglesia Católica: la elección de un nuevo Pontífice. El Vaticano, con toda su carga histórica, su poder político y sus misterios insondables, se convierte en el escenario de una batalla silenciosa por el alma misma de la institución. Y cuando Lawrence descubre un secreto que podría hacer tambalear los mismísimos cimientos de la Iglesia, las intrigas se multiplican, las lealtades se tambalean y las máscaras empiezan a caer.
Una de las mayores virtudes de Conclave es su ritmo. No es una película frenética ni llena de acción gratuita. Aquí todo es miradas, silencios cargados, conversaciones a media voz. Y, sin embargo, nunca se siente lenta. Cada escena añade una capa más a la intriga; cada diálogo sugiere más de lo que dice abiertamente. El espectador se convierte en un confidente involuntario de los juegos de poder, atrapado en una red de secretos que se va tensando a medida que avanza la historia.
Mantener ese nivel de tensión narrativa no es fácil, y aquí se logra gracias a un guion sólido que entiende que, en un contexto como el Vaticano, las verdaderas batallas no se libran con espadas, sino con palabras, alianzas, traiciones y silencios.
Ralph Fiennes demuestra, una vez más, porqué es uno de los mejores actores de su generación. Su cardenal Lawrence es un personaje lleno de matices: inteligente pero vulnerable, recto pero humano, atrapado entre su deber y su conciencia. Fiennes transmite todo eso con una contención impresionante, logrando que empaticemos con su dilema sin necesidad de subrayarlo.
Pero no está solo. El resto del reparto brilla a gran nivel. Stanley Tucci, Isabella Rossellini y los demás miembros del elenco construyen personajes creíbles, tridimensionales, cada uno con sus propias agendas y secretos. No hay caricaturas ni villanos de opereta aquí: todos tienen motivos comprensibles, lo cual hace que el drama sea mucho más potente.
Tucci, en particular, logra un equilibrio perfecto entre simpatía y ambigüedad, encarnando a un cardenal que uno nunca termina de saber si está del lado del bien o del mal. Rossellini, por su parte, aporta una dignidad y una gravedad impresionantes a sus escenas, recordándonos que en esta historia las figuras femeninas también juegan, aunque desde las sombras, papeles decisivos.
Otro de los grandes aciertos de Conclave es su ambientación. El Vaticano se convierte en un personaje más de la historia, con sus pasillos interminables, sus frescos centenarios, sus rincones oscuros y sus capillas solemnes. La dirección artística y la fotografía logran capturar la belleza majestuosa, casi opresiva, del lugar, reforzando la atmósfera de secreto y solemnidad que impregna toda la película.
A ello contribuye también la banda sonora, sobria y discreta, que subraya la tensión sin caer en la exageración. La música, como todo en Cónclave, sabe cuándo hablar y cuándo callar.
Hasta aquí, todo parece ir sobre ruedas. Sin embargo, sería deshonesto no señalar que el final de la película resulta algo forzado y poco creíble. Tras construir durante casi dos horas un drama contenido y plausible, Cónclave opta en sus últimos minutos por un giro dramático que, si bien sorprende, se siente artificial.
Sin entrar en spoilers, el gran secreto que descubre el cardenal Lawrence —que debería ser el clímax natural de toda la intriga— resulta más espectacular que coherente. La película había logrado hasta ese momento anclar su historia en una cierta plausibilidad histórica y emocional, pero en su desenlace parece más preocupada por impactar que por mantenerse fiel a su propio tono.
¿Es un mal final? No del todo. Es inesperado, lo cual se agradece. Pero deja un regusto a oportunidad perdida: uno espera algo más elegante, más orgánico. Algo que hubiera cerrado el círculo de manera más satisfactoria en vez de optar por la sorpresa por la sorpresa misma.
Es imposible ver Conclave sin pensar en Las sandalias del pescador (1968), aquella soberbia adaptación de la novela de Morris West que también exploraba las intrigas de un cónclave papal. Y, siendo justos, Las sandalias del pescador sigue estando en otro nivel. Su tratamiento más épico y filosófico de los dilemas de la Iglesia Católica, su retrato más profundo de los conflictos geopolíticos de su tiempo, y una interpretación monumental de Anthony Quinn, hacen que Conclave parezca, en comparación, un relato más modesto, más autocontenido.
Sin embargo, no es justo exigirle a Cónclave la misma grandeza. Esta película tiene otras virtudes: su agilidad narrativa, su capacidad para mantenernos en vilo, su retrato íntimo del poder en su forma más desnuda y sucia. No pretende cambiar la historia del cine, pero sí ofrecer una historia notablemente bien contada. Y eso, hoy día, ya es mucho.
Cónclave es, en definitiva, una de las películas más interesantes de 2024. No será recordada como una obra maestra, ni pasará a la historia como la mejor película sobre el Vaticano jamás hecha, pero cumple con creces lo que promete: entretener, intrigar y hacer pensar.
Su mayor virtud es su capacidad para enganchar de principio a fin, algo cada vez más raro en el cine contemporáneo. Gracias a un reparto en estado de gracia, una ambientación impecable y una dirección sobria y efectiva, consigue transportarnos a un mundo donde la fe, el poder y la ambición se entrelazan de forma inseparable.
¿Podría haber sido mejor? Sin duda. Un final más trabajado, más creíble, habría elevado esta película de notable a sobresaliente. Pero incluso con sus defectos, Cónclave es una experiencia que vale la pena. Tanto para quienes disfrutan de los thrillers políticos como para los interesados en los entresijos del poder religioso, esta es una cita imprescindible.
Así que no lo duden: entren en este cónclave cinematográfico y déjense atrapar por sus secretos. Y luego, si sienten que el final no estuvo a la altura, háganse una última reflexión: en la vida real, como en el cine, los misterios más grandes rara vez se resuelven de manera perfecta.