INTÉRPRETES: Celeste Dalla Porta, Gary Oldman, Stefania Sandrelli, Luisa Ranieri, Silvio Orlando, Isabella Ferrari, Giampiero De Concilio, Brando Improta
GUION Umberto Contarello, Paolo Sorrentino
FOTOGRAFÍA: Daria D'Antonio
MÚSICA: Lele Marchitelli
DISTRIBUIDORA EN ESPAÑA: BTeam Pictures
Parthenope", de Paolo Sorrentino es un canto hipnótico a la belleza, el amor y la melancolía napolitana
Paolo Sorrentino regresa con Parthenope, una obra majestuosa, profundamente emocional y visualmente deslumbrante, que confirma, una vez más, su lugar de privilegio en el cine contemporáneo. Aquí, el director napolitano lleva a la exasperación su paseo lírico por el amor, la muerte y la memoria, entregándonos una película que hipnotiza desde su primer fotograma hasta su último suspiro.
Con una sinopsis que podría prestarse a la dispersión —el viaje vital de Parthenope desde su nacimiento en 1950 hasta nuestros días— Sorrentino logra construir una epopeya femenina desprovista de heroísmo clásico, pero impregnada de una pasión inexorable por la libertad, por Nápoles y por esos rostros que el amor nos va dejando como cicatrices dulces y dolorosas.
El alma, el cuerpo y el rostro de Parthenope tienen nombre propio: Celeste Dalla Porta. La joven actriz no solo sostiene la película; la lleva entera sobre sus hombros, la respira, la sufre, la embellece y la eleva. Desde su primer plano, la belleza de Dalla Porta es sencillamente hipnótica. La cámara de Sorrentino la acaricia con devoción, sabiendo que en su mirada puede leerse toda una vida, un océano de emociones, una ciudad entera.
Es imposible no rendirse ante la belleza serena, luminosa, casi mítica de Dalla Porta. Pero sería injusto reducir su deslumbrante trabajo a su físico: hay una hondura, una tristeza contenida, una inteligencia vital en cada uno de sus gestos. Su Parthenope es frágil y fuerte, inocente y sabia, alegre y trágica, todo al mismo tiempo. Se trata de una actuación que anuncia a una estrella y que, sin exagerar, podría convertirse en una referencia icónica para los años venideros.
Más allá de Dalla Porta, Parthenope se apoya en un reparto magnífico, destacando a Gary Oldman y a Silvio Orlando. Reparto rescogido con esa sensibilidad quirúrgica que caracteriza a Sorrentino. Cada rostro, cada presencia secundaria está ahí para sumar verdad, matiz, textura. Desde los amigos de juventud hasta los amores efímeros, pasando por figuras familiares y fantasmas que regresan, todos los personajes aportan su granito de nostalgia, de ironía trágica, de vitalidad melancólica.
El director logra así que Nápoles no sea solo un escenario, sino un coro polifónico de almas vibrantes, un organismo vivo que respira, ríe, sufre y, como siempre, sabe cómo hacer daño. La vida napolitana, con su mezcla inimitable de tragedia, humor y pasión, impregna cada diálogo, cada mirada cruzada, cada silencio.
Dos ingredientes hacen posible elogiar una vez más el cine de Sorrentino. El primero es su capacidad para escribir con su cámara una caligrafía elegante, única, inconfundible. Cada encuadre de Parthenope podría ser un cuadro, cada movimiento de cámara una caricia o un latigazo. El director convierte Capri y Nápoles en escenarios oníricos, irreales y a la vez dolorosamente concretos, suspendidos entre el mito y la memoria.
El verano de la juventud, la luz dorada de Capri, el fulgor inasible del primer amor, la sombra inevitable de la muerte... todo se teje en un tapiz de imágenes de una belleza arrebatadora. Visualmente, Parthenope es una joya, una sinfonía de colores, de texturas, de miradas, que hipnotiza al espectador como el canto de una sirena moderna.
El paso del tiempo, ese tema obsesivo de Sorrentino, se plasma en una sucesión de escenas que no necesitan grandes discursos: basta un gesto, una canción, una sombra que se alarga sobre un rostro para que entendamos el dolor de crecer, de perder, de recordar.
El segundo ingrediente, más apabullante aún si cabe, es la escritura. Sorrentino firma un guion rebosante de frases memorables, de réplicas afiladas, de observaciones líricas y melancólicas sobre la vida, el amor, la belleza, el dolor y el paso del tiempo.
Hay diálogos que se sienten como pequeñas puñaladas de verdad, sentencias aparentemente casuales que se quedan resonando mucho después de terminada la proyección. La ironía napolitana, trágica y luminosa a partes iguales, impregna cada línea, y algunas frases —pronunciadas con esa mezcla de inocencia y sabiduría por Dalla Porta— parecen destinadas a permanecer en la memoria del espectador como ecos imborrables.
"Silencio es un misterio en las personas bellas, un error en las feas"
"La belleza al igual que las guerras abre todas las puertas"
Parthenope no es una película para espectadores impacientes. Es una obra que pide ser habitada, sentida, saboreada con calma. Pero quienes se entreguen a su ritmo, quienes se dejen hipnotizar por su belleza y su tristeza, descubrirán una experiencia cinematográfica de una rareza y una intensidad casi extintas en el cine contemporáneo.
La vida ordinaria y la vida memorable se funden aquí en un solo flujo, en una corriente imparable de emociones, iluminada siempre por la figura radiante de Parthenope/Celeste Dalla Porta, y envuelta en ese manto inefable de Nápoles, esa ciudad que nunca se puede definir del todo y que, como la propia vida, nos hechiza, nos hiere y nos redime.
Con Parthenope, Sorrentino firma una obra notable, madura, profundamente bella. Un poema cinematográfico que se adentra, sin miedo, en las aguas turbulentas del paso del tiempo, del amor perdido, de la melancolía que nunca desaparece del todo.
Visualmente impecable, interpretativamente sublime gracias a una Celeste Dalla Porta sencillamente inolvidable, Parthenope es cine en estado puro: un artefacto hipnótico, desgarrador, exquisito, que nos recuerda que la vida, con todas sus heridas y sus fulgores, sigue siendo digna de ser contada