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Rick and Morty (Serie de TV 2013– ) ★★★☆☆

★★★☆☆ 6,5/10

Rick and Morty (TV Series)
Año
    2013
Duración
    23 min.
País
    Estados Unidos Estados Unidos
Director
    Dan Harmon (Creator), Justin Roiland (Creator), Pete Michels, Bryan Newton, John Rice, Stephen Sandoval, Wesley Archer, Juan Jose Meza-Leon, Dominic Polcino, Jeff Myers, Justin Roiland
Guion
    Dan Harmon, Justin Roiland, Tom Kauffman, Eric Acosta, Wade Randolph, Ryan Ridley, Mike McMahan
Música
    Ryan Elder

CRITICA: 
Opina @gandolcine

De la genialidad absoluta a la peligrosa zona de confort

He vivido Rick and Morty como pocas series de animación en mi vida. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi el piloto: esa mezcla irreverente de humor absurdo, ciencia ficción desquiciada y diálogos afilados me atrapó al instante. La sentí fresca, diferente, con un descaro que me recordaba a las grandes obras irreverentes del género, pero con una personalidad propia. Durante sus primeras temporadas, la serie no solo cumplía, sino que superaba mis expectativas capítulo tras capítulo.

Pero como suele pasar con muchas producciones que alcanzan un éxito tan rápido y masivo, esa chispa inicial empezó a apagarse. Y no fue de golpe, sino poco a poco, como una vela que sigue encendida pero ya no ilumina como antes. Hoy, viendo la serie en su estado actual, no puedo evitar sentir que seguimos en el mismo ciclo de referencias locas, tramas desbordadas y ocurrencias ingeniosas… pero con menos alma, menos riesgo y más fórmula.

Las primeras temporadas de Rick and Morty son, para mí, una clase magistral de cómo mezclar comedia, ciencia ficción y sátira social sin que ninguna de las piezas se sienta forzada. Dan Harmon y Justin Roiland crearon un universo que parecía no tener límites, y esa libertad creativa se notaba en cada capítulo.

Los guiones no solo eran divertidos: eran inteligentes. Podías reírte a carcajadas con un gag absurdo y, en la misma escena, encontrarte con una reflexión brutal sobre la familia, la soledad, el nihilismo o el sentido de la vida. Y lo mejor es que nunca sonaba a sermón: la serie te lo dejaba caer, envuelto en un humor tan negro que casi te sentías culpable por reír.

En esas primeras temporadas, Rick and Morty no tenía miedo a romper sus propias reglas. Un capítulo podía ser una parodia enfermiza de Parque Jurásico y otro, un drama emocional escondido dentro de una batalla interdimensional. No había sensación de repetición; cada episodio era un experimento, y la mayoría salían redondos.

El corazón de la serie, más allá de sus premisas disparatadas, siempre ha estado en la relación entre Rick y Morty. Rick, ese científico alcohólico, cínico y autodestructivo, que vive convencido de que nada importa, y Morty, un adolescente inseguro que intenta encontrar su lugar en un universo (literalmente) hostil. Su dinámica era explosiva: la arrogancia destructiva de Rick contrastaba con la vulnerabilidad ingenua de Morty, y ese choque generaba tanto humor como momentos sinceros.

En las primeras temporadas, esa relación evolucionaba con un equilibrio perfecto. Morty aprendía, a veces para bien y otras para mal, y Rick mostraba destellos de humanidad que nunca terminaban de convertirse en redención. Era como si la serie nos dijera: “Sí, la gente puede cambiar… pero no esperes milagros”.

Una de las grandes bazas iniciales fue el juego con los universos paralelos y las líneas temporales alternativas. Rick and Morty no solo exploraba mundos extraños; los hacía sentir vivos, con culturas, reglas y lógicas propias. Las referencias a la cultura pop, lejos de ser un simple guiño para fans, se integraban en la historia de forma orgánica, casi siempre con un giro retorcido.

Esa ambición narrativa permitía que la serie saltara de un género a otro con facilidad pasmosa: terror, acción, comedia romántica, ciencia ficción dura… todo cabía en el mismo contenedor. Y cuando se combinaba con la animación dinámica y creativa, el resultado era una experiencia visual y narrativa que dejaba huella.

El problema es que, a partir de la cuarta temporada, empecé a notar una especie de “fatiga” creativa. No es que los episodios fueran malos —algunos siguen siendo brillantes—, pero la sensación de novedad y riesgo se fue diluyendo. Lo que antes era un laboratorio de ideas ahora empezaba a oler a fórmula: Rick y Morty saltan a un nuevo universo, se enfrentan a una amenaza absurda, hacen comentarios sarcásticos, y al final todo vuelve a su lugar, con algún que otro guiño metarreferencial.

Lo que me preocupa no es solo que haya capítulos irregulares, sino que parece que la serie ya no se exige tanto a sí misma. Los guiones siguen teniendo chispazos, pero rara vez alcanzan la densidad de ideas y la audacia de las primeras temporadas. A veces da la impresión de que se busca más el impacto momentáneo del chiste que la construcción de una trama que deje huella.

Una de las grandes virtudes iniciales era que el humor podía sorprenderte de cualquier forma: un diálogo brillante, una situación absurda, un giro argumental que te dejaba sin palabras. Pero con el paso del tiempo, algunos chistes empezaron a sentirse previsibles. El sarcasmo de Rick, por ejemplo, ya no siempre sorprende; en ocasiones parece un eco de sus mejores momentos pasados.

El humor autorreferencial, que antes funcionaba como un guiño ingenioso, ahora corre el riesgo de convertirse en un escudo para no innovar. Hay episodios que parecen más interesados en burlarse de sus propios clichés que en romperlos de verdad.

No todo es negativo: todavía hay capítulos recientes que me recuerdan por qué me enamoré de la serie. De vez en cuando, aparece un episodio que recupera la ambición narrativa, que juega con las emociones y que experimenta con el formato de maneras creativas. El problema es que estos destellos son menos frecuentes y, entre ellos, hay episodios que simplemente pasan sin dejar una gran impresión.

Esa irregularidad es la que me lleva a pensar que Rick and Morty está en una encrucijada: puede seguir eternamente reciclando fórmulas con altibajos, o puede buscar un final a la altura de lo que fue en sus inicios.

Las series, como cualquier historia, necesitan un cierre digno. Y aunque entiendo que Rick and Morty sigue siendo rentable y tiene una base de fans enorme, creo que prolongarla indefinidamente solo corre el riesgo de desgastar su legado. Prefiero recordar una serie que me marcó en su mejor momento antes que verla diluirse en un mar de capítulos olvidables.

Lo ideal, en mi opinión, sería que los creadores decidieran un arco final ambicioso, que aproveche todas las piezas que han construido y que le dé a los personajes un desenlace que haga justicia a su trayectoria. Un último golpe creativo que nos recuerde por qué esta serie se convirtió en un fenómeno.

Más allá de su humor y su ciencia ficción, Rick and Morty siempre ha sido una serie profundamente existencialista. El nihilismo de Rick, que ve el universo como un lugar sin sentido, contrasta con los intentos de Morty y otros personajes por encontrar algún tipo de propósito o felicidad. En sus mejores momentos, la serie plantea preguntas incómodas: ¿Vale la pena luchar por algo si todo es insignificante a escala cósmica? ¿Hasta qué punto podemos cambiar nuestra naturaleza?

Ese trasfondo filosófico es uno de los elementos que más echo de menos en los capítulos más recientes. Sigue estando ahí, pero menos integrado, como si el peso recayera más en la anécdota que en el subtexto. Y es una pena, porque esa mezcla de comedia brutal y reflexión existencial es lo que hizo a Rick and Morty única.

La familia Smith, con sus disfunciones y dinámicas cambiantes, siempre ha sido otro de los pilares. Beth, Jerry y Summer aportaban un contrapunto terrestre a las locuras interdimensionales, y muchas de las mejores tramas surgían de cómo lo personal y lo cósmico se entrelazaban. En temporadas recientes, la familia sigue apareciendo, pero a veces se siente más como un recurso que como un motor narrativo.

Cuando la serie explora de verdad las relaciones familiares —con todos sus resentimientos, reconciliaciones y absurdos—, alcanza un nivel de profundidad que va mucho más allá de la animación para adultos promedio. Por eso me gustaría que, si se acerca el final, se retome esa fuerza emocional.

Independientemente de su irregularidad actual, no se puede negar el impacto que Rick and Morty ha tenido en la cultura popular. Ha influido en otras series, ha generado teorías interminables entre los fans y ha demostrado que la animación para adultos puede ser un vehículo para contar historias complejas y provocadoras.

Pero precisamente por eso creo que merece un final que esté a la altura de su propio legado. No quiero que dentro de unos años se hable de ella como de una serie que “fue buena al principio” y luego se perdió. Quiero que se recuerde como una obra que supo cuándo retirarse, dejando al público con ganas de más, no con un suspiro de alivio porque por fin terminó.

Sigo disfrutando de Rick and Morty, incluso en sus temporadas más irregulares. Siempre hay algún momento, alguna línea de diálogo, algún concepto de ciencia ficción que me arranca una sonrisa o me deja pensando. Pero la verdad es que echo de menos esa sensación de estar viendo algo impredecible, peligroso, fresco.

Las primeras temporadas fueron un terremoto creativo que cambió las reglas del juego. Las últimas, aunque todavía entretenidas, muestran síntomas de desgaste que me hacen pensar que sería mejor cerrar la historia antes de que la fatiga se convierta en costumbre.

Me quedo con la esperanza de que, si los creadores deciden darle un final, lo hagan con la misma audacia con la que empezaron. Porque, al final, Rick and Morty siempre fue eso: audacia, ingenio y un caos perfectamente orquestado. Y así me gustaría recordarla.

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