No todos los días uno se encuentra con una serie que, desde su primer episodio, te agarra por el cuello y no te suelta hasta que has visto el último capítulo. Eso es exactamente lo que me ha pasado con Tierra de Mafiosos (MobLand), la nueva joya de SkyShowtime dirigida por Guy Ritchie. Diez episodios que me he devorado en apenas tres días, como si no existiera nada más en el mundo. Y no exagero: hacía mucho tiempo que no sentía esa ansiedad de terminar un capítulo y, sin pensarlo, poner el siguiente sin importar la hora que fuera.
Guy Ritchie, con su sello inconfundible, consigue que esta historia de familias criminales londinenses sea un cóctel explosivo de tensión, estilo y personajes memorables. Aquí tenemos a los Harrigans y a los Stevensons, dos clanes que llevan la rivalidad en la sangre, y que no dudan en emplear todos los recursos —y toda la violencia— para defender lo que consideran suyo. En medio de este huracán está Harry Da Souza, un “fixer” que navega entre ambos mundos con la soltura y el peligro de quien sabe que una sola mala jugada puede costarle la vida.
Lo que me ha fascinado de Tierra de Mafiosos es que, sin necesidad de caer en artificios gratuitos, te mete de lleno en un Londres criminal que huele a traición y pólvora. No es solo la violencia, que la hay y está filmada con una precisión casi quirúrgica, sino el modo en que Ritchie crea un ecosistema en el que todos los personajes tienen algo que perder y, por eso mismo, están dispuestos a todo. El guion tiene esa mezcla de diálogos afilados, giros inesperados y momentos de humor negro que son marca de la casa.
Si algo convierte esta serie en un espectáculo de primer nivel es su reparto principal. Tom Hardy está enorme, como siempre. Tiene esa capacidad camaleónica para llenarse de matices: un segundo parece un aliado confiable y al siguiente lo ves y sabes que sería capaz de acabar con cualquiera si la situación lo exige. Hardy transmite una intensidad silenciosa, esa mirada que dice más que cualquier discurso, y aquí la utiliza para crear un personaje magnético.
Pierce Brosnan, por su parte, está peligrosamente divertido. Es un papel que le permite explotar su carisma, pero también mostrar un costado lunático y brutal que rara vez hemos visto en su carrera. Hay algo en su interpretación que hace que, incluso cuando no está en pantalla, sientas su presencia como una amenaza latente.
Y luego está Helen Mirren, que aquí juega a ser una lianta peligrosa y sin escrúpulos. Imposible no admirar la elegancia con la que combina dulzura calculada y frialdad letal. Cada escena en la que aparece es oro puro: roba la atención con una naturalidad que solo los grandes pueden permitirse.
No se puede hablar de esta serie sin mencionar cómo Guy Ritchie imprime su ADN en cada fotograma. Su narrativa visual es trepidante, pero nunca caótica. Las transiciones, los cambios de punto de vista, la manera en que combina escenas corales con momentos íntimos… todo tiene un ritmo milimétricamente calculado para que la tensión no decaiga.
La ambientación es otro punto fuerte. Este Londres que nos presenta Ritchie es oscuro, elegante y sucio al mismo tiempo. Las localizaciones parecen tener historia, como si cada callejón o club nocturno fuera testigo de décadas de secretos. Y la fotografía, con sus contrastes marcados y tonos fríos, ayuda a meterte en esa atmósfera densa y adictiva.
Lo más difícil en este tipo de series es mantener el interés durante todos los capítulos sin abusar de cliffhangers forzados. Tierra de Mafiosos lo consigue gracias a un guion que avanza con pasos firmes. Cada episodio aporta algo nuevo: una revelación, un cambio en las alianzas, un detalle del pasado que ilumina el presente. No hay relleno, no hay escenas que sobren.
Me ha gustado especialmente cómo la serie maneja el tema de las lealtades. Aquí no hay personajes unidimensionales; todos tienen sus propias motivaciones y contradicciones. Y eso hace que como espectador estés siempre evaluando a quién creer, quién está diciendo la verdad y quién está moviendo piezas en las sombras.
Si tuviera que definir Tierra de Mafiosos en una frase, diría que es una partida de ajedrez jugada con cuchillos. No es solo la lucha entre dos familias, es un retrato de cómo el poder, la ambición y la venganza moldean a las personas. La serie plantea preguntas interesantes sobre qué significa realmente “la familia” en un contexto donde las traiciones son moneda corriente.
Otro aspecto que me ha impresionado es la construcción de los secundarios. No son meros adornos, sino piezas esenciales para entender la magnitud del conflicto. Cada uno tiene su momento para brillar y, en algunos casos, robar protagonismo.
La música merece mención aparte. No se limita a acompañar, sino que marca el pulso emocional de la serie. Hay temas que aceleran el corazón y otros que, con apenas unas notas, te sumergen en una calma tensa antes de la tormenta.
He visto muchas series de crimen y mafia, pero pocas logran ese equilibrio entre entretenimiento puro y calidad cinematográfica. Aquí no hay tramas secundarias innecesarias ni personajes de relleno: todo lo que ocurre tiene un propósito y empuja la historia hacia adelante. Además, la duración de los capítulos es perfecta: lo bastante larga para desarrollar bien las escenas, pero sin estirarse más de la cuenta.
Lo que más me atrapó fue esa sensación constante de que todo puede cambiar en cualquier momento. Un gesto, una frase, una mirada… y de pronto el tablero se da la vuelta. Ese juego de tensiones, combinado con las interpretaciones de lujo, convierte la serie en algo que no solo ves, sino que experimentas.
En resumen
Tierra de Mafiosos es una serie que respira cine por los cuatro costados. Guy Ritchie demuestra que su estilo no solo funciona en la gran pantalla, sino que puede expandirse y profundizar en el formato televisivo sin perder intensidad. Con un trío protagonista de lujo, un guion sólido y una dirección impecable, es de esas producciones que no solo recomiendo, sino que me alegra haber visto con la devoción de un maratón sin frenos.
En un panorama saturado de series, MobLand destaca por no tratar al espectador como un consumidor pasivo. Te exige atención, te recompensa con giros inteligentes y te deja con la sensación de haber presenciado algo notable. Y lo mejor: sin necesidad de recurrir a trampas narrativas, porque aquí el espectáculo nace de personajes bien construidos y conflictos que te importan de verdad.
Si eres fan del género, no necesitas más excusas para verla. Y si no lo eres, dale una oportunidad: es muy probable que, como me ha pasado a mí, termines atrapado en este juego de poder, sangre y lealtades rotas.