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Crítica: Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez (Miniserie 2024)

 ★★☆☆☆  5/10

Dirección Ryan Murphy (Creador), Ian Brennan (Creador),

 Miniserie de TV (2024). Segunda temporada. 9 episodios.

La segunda temporada de Monsters, centrada en el caso de los hermanos Menéndez, ha sido una decepción que apenas logra superar por los puntos a su predecesora basada en Dahmer. Aunque el caso real de los Menéndez tiene un gran potencial dramático, la serie no logra capitalizarlo por completo. Si bien hay algunos momentos interesantes que logran captar la atención del espectador, gran parte de la miniserie se siente como una combinación de telenovela y thriller de segunda categoría, con altibajos que dificultan mantener el interés a lo largo de sus nueve episodios.

Lo mejor que se puede destacar son las actuaciones, en particular la de Javier Bardem como José Menéndez, quien con su interpretación firme y convincente consigue elevar algunas de las escenas más intensas. Su presencia en pantalla es imponente y añade una capa de realismo a su papel como el rígido y controlador padre de los dos hermanos. Sin embargo, es precisamente este punto donde radica uno de los problemas principales de la serie: Bardem es tan sobresaliente que eclipsa al resto del elenco y, por extensión, a la trama misma. Nicholas Alexander Chavez y Cooper Koch, quienes interpretan a los hermanos Lyle y Erik Menéndez, hacen un trabajo competente, pero sus personajes nunca alcanzan el mismo nivel de profundidad emocional que el de Bardem. A pesar de los intentos por humanizar a los hermanos y mostrar su perspectiva sobre los abusos que supuestamente sufrieron, la serie no logra establecer un vínculo emocional fuerte entre los personajes y el espectador. Esto se debe en parte a un guion que no explora a fondo las complejidades psicológicas de los hermanos, quedando atrapado en una narrativa que, a ratos, se siente simplista y repetitiva.

El ritmo irregular de la miniserie es otro factor que contribuye a su mediocridad. Algunos episodios parecen estar llenos de contenido y tensión dramática, mientras que otros se extienden innecesariamente, con largas secuencias que aportan poco a la historia. Hay momentos en los que la serie logra capturar la atención, especialmente cuando explora las dinámicas familiares disfuncionales entre los Menéndez, pero estos picos de calidad son breves y demasiado espaciados. En muchos casos, el espectador se encuentra más bien distraído, esperando que llegue el próximo momento interesante.

A pesar de estar basada en hechos reales, lo cual siempre añade un cierto nivel de interés intrínseco, la serie no consigue darle el peso narrativo que esta trágica historia amerita. Los elementos de abuso y trauma que supuestamente motivaron los crímenes de los hermanos son tratados de manera superficial, restándole impacto emocional a la revelación de sus motivaciones. En lugar de adentrarse en las complejidades morales del caso, la serie se contenta con presentar a los Menéndez como víctimas y villanos en diferentes momentos, sin un análisis profundo que justifique este cambio constante de perspectiva.

El desarrollo de los personajes secundarios también deja mucho que desear. Chloë Sevigny, quien interpreta a Mary Louise 'Kitty' Menéndez, tiene pocas oportunidades de brillar en su papel. Su personaje, a pesar de su supuesta complicidad en los abusos sufridos por los hijos, es tratado de manera esquemática, sin explorar adecuadamente sus problemas de salud mental o su relación con José y los hijos. El potencial para una exploración más profunda del carácter de Kitty queda completamente desaprovechado.

Otro aspecto que resta a la calidad de la serie es su producción visual, que no logra destacar ni por su dirección ni por su estética. A diferencia de otras series de crímenes reales, que aprovechan el ambiente y la época para enriquecer el tono y la atmósfera, Monsters opta por un enfoque más genérico que carece de estilo propio. La ambientación de los años 80 y principios de los 90, un recurso que podría haber sido interesante, se siente más como un telón de fondo que como un elemento integral de la narrativa.

En cuanto a la estructura narrativa, la serie también falla al intentar mantener el suspense a lo largo de los episodios. Aunque los primeros capítulos logran establecer un cierto nivel de intriga, con flashbacks que van revelando lentamente los eventos que llevaron al asesinato de los padres Menéndez, la construcción de la tensión se disipa rápidamente conforme avanza la historia. Las revelaciones importantes se sienten previsibles, y la trama parece perder fuerza a medida que se acerca a su desenlace. El juicio de los hermanos, que debería haber sido el clímax dramático de la serie, es tratado de manera rutinaria y carente de impacto emocional.

Lo que termina siendo más frustrante es la sensación de potencial desperdiciado. La historia de los hermanos Menéndez, con todos sus elementos trágicos y controversiales, podría haber sido un estudio fascinante sobre los efectos del abuso, la ambición y la desesperación. Sin embargo, Monsters no logra profundizar en estos temas de manera significativa. En su lugar, parece contentarse con entregar una versión sensacionalista y superficial de los hechos, más interesada en los momentos de impacto que en la verdadera exploración de las emociones y traumas involucrados.

Por momentos, la serie parece más preocupada por generar dramatismo barato que por ofrecer una reflexión honesta sobre los crímenes y las complejidades de la relación familiar de los Menéndez. Hay una sensación constante de que los guionistas intentaron equilibrar el entretenimiento con la fidelidad a los hechos, pero no lograron encontrar el tono adecuado para hacerlo de manera efectiva. Esto es especialmente evidente en los diálogos, que a menudo se sienten forzados y expositivos, eliminando cualquier atisbo de naturalidad en las interacciones entre los personajes.

En resumen, la segunda temporada de Monsters es un intento fallido de contar una historia que, en manos más capaces, podría haber sido mucho más impactante y memorable. Aunque tiene algunos destellos de calidad, principalmente gracias a la actuación de Javier Bardem, estos momentos no son suficientes para salvar una narrativa débil y mal estructurada, estando Bardem bastante desaprovechado. Sorprende ver a Bardem en este producto de Netflix. Creo que tiene que ver su relación personal con el creador de la serie Ryan Murphy, con el que trabajó en la infame película Come, reza, ama (2010) junto a Julia Roberts. Sino es para que vaya cambiando de agente.

 Los altibajos constantes, la falta de profundidad emocional y un ritmo inconsistente hacen que esta miniserie sea, en última instancia, una experiencia decepcionante. Con un mejor desarrollo de personajes y una mayor atención al detalle en la historia, la serie podría haber sido algo mucho más memorable, pero tal como está, no pasa de ser un entretenimiento pasajero y olvidable.

La segunda temporada de Monsters, centrada en el caso de los hermanos Menéndez, ha sido una decepción que apenas logra superar los puntos flojos de su predecesora basada en Dahmer. Aunque el caso real de los Menéndez tiene un gran potencial dramático, la serie no logra capitalizarlo por completo. Si bien hay algunos momentos interesantes que logran captar la atención del espectador, gran parte de la miniserie se siente como una combinación de telenovela y thriller de segunda categoría, con altibajos que dificultan mantener el interés a lo largo de sus nueve episodios.

Lo mejor que se puede destacar son las actuaciones, en particular la de Javier Bardem como José Menéndez, quien con su interpretación firme y convincente consigue elevar algunas de las escenas más intensas. Su presencia en pantalla es imponente y añade una capa de realismo a su papel como el rígido y controlador padre de los dos hermanos. Sin embargo, es precisamente este punto donde radica uno de los problemas principales de la serie: Bardem es tan sobresaliente que eclipsa al resto del elenco y, por extensión, a la trama misma. Nicholas Alexander Chavez y Cooper Koch, quienes interpretan a los hermanos Lyle y Erik Menéndez, hacen un trabajo competente, pero sus personajes nunca alcanzan el mismo nivel de profundidad emocional que el de Bardem. A pesar de los intentos por humanizar a los hermanos y mostrar su perspectiva sobre los abusos que supuestamente sufrieron, la serie no logra establecer un vínculo emocional fuerte entre los personajes y el espectador. Esto se debe en parte a un guion que no explora a fondo las complejidades psicológicas de los hermanos, quedando atrapado en una narrativa que, a ratos, se siente simplista y repetitiva.

El ritmo irregular de la miniserie es otro factor que contribuye a su mediocridad. Algunos episodios parecen estar llenos de contenido y tensión dramática, mientras que otros se extienden innecesariamente, con largas secuencias que aportan poco a la historia. Hay momentos en los que la serie logra capturar la atención, especialmente cuando explora las dinámicas familiares disfuncionales entre los Menéndez, pero estos picos de calidad son breves y demasiado espaciados. En muchos casos, el espectador se encuentra más bien distraído, esperando que llegue el próximo momento interesante.

A pesar de estar basada en hechos reales, lo cual siempre añade un cierto nivel de interés intrínseco, la serie no consigue darle el peso narrativo que esta trágica historia amerita. Los elementos de abuso y trauma que supuestamente motivaron los crímenes de los hermanos son tratados de manera superficial, restándole impacto emocional a la revelación de sus motivaciones. En lugar de adentrarse en las complejidades morales del caso, la serie se contenta con presentar a los Menéndez como víctimas y villanos en diferentes momentos, sin un análisis profundo que justifique este cambio constante de perspectiva.

El desarrollo de los personajes secundarios también deja mucho que desear. Chloë Sevigny, quien interpreta a Mary Louise 'Kitty' Menéndez, tiene pocas oportunidades de brillar en su papel. Su personaje, a pesar de su supuesta complicidad en los abusos sufridos por los hijos, es tratado de manera esquemática, sin explorar adecuadamente sus problemas de salud mental o su relación con José y los hijos. El potencial para una exploración más profunda del carácter de Kitty queda completamente desaprovechado.

Otro aspecto que resta a la calidad de la serie es su producción visual, que no logra destacar ni por su dirección ni por su estética. A diferencia de otras series de crímenes reales, que aprovechan el ambiente y la época para enriquecer el tono y la atmósfera, Monsters opta por un enfoque más genérico que carece de estilo propio. La ambientación de los años 80 y principios de los 90, un recurso que podría haber sido interesante, se siente más como un telón de fondo que como un elemento integral de la narrativa.

En cuanto a la estructura narrativa, la serie también falla al intentar mantener el suspense a lo largo de los episodios. Aunque los primeros capítulos logran establecer un cierto nivel de intriga, con flashbacks que van revelando lentamente los eventos que llevaron al asesinato de los padres Menéndez, la construcción de la tensión se disipa rápidamente conforme avanza la historia. Las revelaciones importantes se sienten previsibles, y la trama parece perder fuerza a medida que se acerca a su desenlace. El juicio de los hermanos, que debería haber sido el clímax dramático de la serie, es tratado de manera rutinaria y carente de impacto emocional.

Lo que termina siendo más frustrante es la sensación de potencial desperdiciado. La historia de los hermanos Menéndez, con todos sus elementos trágicos y controversiales, podría haber sido un estudio fascinante sobre los efectos del abuso, la ambición y la desesperación. Sin embargo, Monsters no logra profundizar en estos temas de manera significativa. En su lugar, parece contentarse con entregar una versión sensacionalista y superficial de los hechos, más interesada en los momentos de impacto que en la verdadera exploración de las emociones y traumas involucrados.

Por momentos, la serie parece más preocupada por generar dramatismo barato que por ofrecer una reflexión honesta sobre los crímenes y las complejidades de la relación familiar de los Menéndez. Hay una sensación constante de que los guionistas intentaron equilibrar el entretenimiento con la fidelidad a los hechos, pero no lograron encontrar el tono adecuado para hacerlo de manera efectiva. Esto es especialmente evidente en los diálogos, que a menudo se sienten forzados y expositivos, eliminando cualquier atisbo de naturalidad en las interacciones entre los personajes.

En resumen, la segunda temporada de Monsters es un intento fallido de contar una historia que, en manos más capaces, podría haber sido mucho más impactante y memorable. Aunque tiene algunos destellos de calidad, principalmente gracias a la actuación de Javier Bardem, estos momentos no son suficientes para salvar una narrativa débil y mal estructurada, estando Bardem bastante desaprovechado. Sorprende ver a Bardem en este producto de Netflix. Creo que tiene que ver su relación personal con el creador de la serie Ryan Murphy, con el que trabajó en la infame película Come, reza, ama (2010) junto a Julia Roberts. Sino es para que vaya cambiando de agente.

 Los altibajos constantes, la falta de profundidad emocional y un ritmo inconsistente hacen que esta miniserie sea, en última instancia, una experiencia decepcionante. Con un mejor desarrollo de personajes y una mayor atención al detalle en la historia, la serie podría haber sido algo mucho más memorable, pero tal como está, no pasa de ser un entretenimiento pasajero y olvidable.

La segunda temporada de Monsters, centrada en el caso de los hermanos Menéndez, ha sido una decepción que apenas logra superar por los puntos a su predecesora basada en Dahmer. Aunque el caso real de los Menéndez tiene un gran potencial dramático, la serie no logra capitalizarlo por completo. Si bien hay algunos momentos interesantes que logran captar la atención del espectador, gran parte de la miniserie se siente como una combinación de telenovela y thriller de segunda categoría, con altibajos que dificultan mantener el interés a lo largo de sus nueve episodios.

Lo mejor que se puede destacar son las actuaciones, en particular la de Javier Bardem como José Menéndez, quien con su interpretación firme y convincente consigue elevar algunas de las escenas más intensas. Su presencia en pantalla es imponente y añade una capa de realismo a su papel como el rígido y controlador padre de los dos hermanos. Sin embargo, es precisamente este punto donde radica uno de los problemas principales de la serie: Bardem está tan sobresaliente que se siente muy desaprovechado.  Nicholas Alexander Chavez y Cooper Koch, quienes interpretan a los hermanos Lyle y Erik Menéndez, hacen un trabajo muy competente. A pesar de los intentos por humanizar a los hermanos y mostrar su perspectiva sobre los abusos que supuestamente sufrieron, la serie no logra establecer un vínculo emocional fuerte entre los personajes y el espectador. Esto se debe en parte a un guion que no explora a fondo las complejidades psicológicas de los hermanos, quedando atrapado en una narrativa que, a ratos, se siente simplista y repetitiva.

El ritmo irregular de la miniserie es otro factor que contribuye a su mediocridad. Algunos episodios parecen estar llenos de contenido y tensión dramática, mientras que otros se extienden innecesariamente, con largas secuencias que aportan poco a la historia. Hay momentos en los que la serie logra capturar la atención, especialmente cuando explora las dinámicas familiares disfuncionales entre los Menéndez, pero estos picos de calidad son breves y demasiado espaciados. En muchos casos, el espectador se encuentra más bien distraído, esperando que llegue el próximo momento interesante.

A pesar de estar basada en hechos reales, lo cual siempre añade un cierto nivel de interés intrínseco, la serie no consigue darle el peso narrativo que esta trágica historia amerita. Los elementos de abuso y trauma que supuestamente motivaron los crímenes de los hermanos son tratados de manera superficial, restándole impacto emocional a la revelación de sus motivaciones. En lugar de adentrarse en las complejidades morales del caso, la serie se contenta con presentar a los Menéndez como víctimas y villanos en diferentes momentos, sin un análisis profundo que justifique este cambio constante de perspectiva.

El desarrollo de los personajes secundarios también deja mucho que desear. Chloë Sevigny, quien interpreta a Mary Louise 'Kitty' Menéndez, tiene pocas oportunidades de brillar en su papel. Su personaje, a pesar de su supuesta complicidad en los abusos sufridos por los hijos, es tratado de manera esquemática, sin explorar adecuadamente sus problemas de salud mental o su relación con José y los hijos. El potencial para una exploración más profunda del carácter de Kitty queda completamente desaprovechado.

Otro aspecto que resta a la calidad de la serie es su producción visual, que no logra destacar ni por su dirección ni por su estética. A diferencia de otras series de crímenes reales, que aprovechan el ambiente y la época para enriquecer el tono y la atmósfera, Monsters opta por un enfoque más genérico que carece de estilo propio. La ambientación de los años 80 y principios de los 90, un recurso que podría haber sido interesante, se siente más como un telón de fondo que como un elemento integral de la narrativa.

En cuanto a la estructura narrativa, la serie también falla al intentar mantener el suspense a lo largo de los episodios. Aunque los primeros capítulos logran establecer un cierto nivel de intriga, con flashbacks que van revelando lentamente los eventos que llevaron al asesinato de los padres Menéndez, la construcción de la tensión se disipa rápidamente conforme avanza la historia. Las revelaciones importantes se sienten previsibles, y la trama parece perder fuerza a medida que se acerca a su desenlace. El juicio de los hermanos, que debería haber sido el clímax dramático de la serie, es tratado de manera rutinaria y carente de impacto emocional.

Lo que termina siendo más frustrante es la sensación de potencial desperdiciado. La historia de los hermanos Menéndez, con todos sus elementos trágicos y controversiales, podría haber sido un estudio fascinante sobre los efectos del abuso, la ambición y la desesperación. Sin embargo, Monsters no logra profundizar en estos temas de manera significativa. En su lugar, parece contentarse con entregar una versión sensacionalista y superficial de los hechos, más interesada en los momentos de impacto que en la verdadera exploración de las emociones y traumas involucrados.

Por momentos, la serie parece más preocupada por generar dramatismo barato que por ofrecer una reflexión honesta sobre los crímenes y las complejidades de la relación familiar de los Menéndez. Hay una sensación constante de que los guionistas intentaron equilibrar el entretenimiento con la fidelidad a los hechos, pero no lograron encontrar el tono adecuado para hacerlo de manera efectiva. Esto es especialmente evidente en los diálogos, que a menudo se sienten forzados y expositivos, eliminando cualquier atisbo de naturalidad en las interacciones entre los personajes.

En resumen, la segunda temporada de Monsters es un intento fallido de contar una historia que, en manos más capaces, podría haber sido mucho más impactante y memorable. Aunque tiene algunos destellos de calidad, principalmente gracias a la actuación de Javier Bardem, estos momentos no son suficientes para salvar una narrativa débil y mal estructurada, estando Bardem bastante desaprovechado. Sorprende ver a Bardem en este producto de Netflix. Creo que tiene que ver su relación personal con el creador de la serie Ryan Murphy, con el que trabajó en la infame película Come, reza, ama (2010) junto a Julia Roberts. Sino es para que vaya cambiando de agente.

Los altibajos constantes, la falta de profundidad emocional y un ritmo inconsistente hacen que esta miniserie sea, en última instancia, una experiencia decepcionante. Con un mejor desarrollo de personajes y una mayor atención al detalle en la historia, la serie podría haber sido algo mucho más memorable, pero tal como está, no pasa de ser un entretenimiento pasajero y olvidable.

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