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Crítica: A Complete Unknown (2024) ★★★★☆


★★★★☆  8/10   Estados Unidos  141 minutos

 Título original: A Complete Unknown   

 Año: 2024    Fecha de estreno en España en cines : 28-02-2025   

Dirección: James Mangold     

   Intérpretes: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Scoot McNairy, Edward Norton, Boyd Holbrook, Monica Barbaro, Dan Fogler, Charlie Tahan, James Austin Johnson, Norbert Leo Butz, Michael Chernus, Kayli Carter, Laura Kariuki, P.J. Byrne, Eli Brown, Joe Tippett, David H. Holmes, Will Harrison, Nick Pupo, Eric Berryman, Big Bill Morganfield, David Alan Basche, Eriko Hatsune, Frank Modica       

   Guión: James Mangold, Jay Cocks        Elijah Wald (libro)

Fotografía: Phedon Papamichael    

CRITICA: (SIN SPOILERS)
Opina @gandolcine

Hay películas que no solo se ven, sino que se sienten, se respiran, se viven. A Complete Unknown, el drama musical biográfico sobre Bob Dylan dirigido por James Mangold, es exactamente eso: una experiencia que trasciende la pantalla y nos transporta a un momento crucial de la historia cultural del siglo XX. Es, sin lugar a dudas, mi película americana favorita de 2024. La he visto ya tres veces y, lejos de agotarse, crece con cada visionado. Es un testimonio de sensibilidad artística, de dirección elegante y pasión interpretativa, que convierte una figura mítica en carne, hueso, contradicción y fuego creativo.

James Mangold vuelve a demostrar que es uno de los cineastas más versátiles y sensibles del panorama actual. Ya nos había dado una de las mejores películas biográficas musicales con Walk the Line (2005), el extraordinario retrato de Johnny Cash, y ahora, casi dos décadas después, se adentra en la figura aún más escurridiza y enigmática de Bob Dylan. Si en aquella ocasión nos ofreció una mirada íntima al alma del hombre detrás del mito, en A Complete Unknown da un paso más allá: compone un fresco poético, una exploración del artista como agente de cambio, un viajero solitario cuya brújula es la canción y cuya lucha es romper con lo establecido, incluso a riesgo de romperse a sí mismo.

La película se centra en uno de los momentos más fascinantes de la carrera de Dylan: el tránsito del folk acústico al rock eléctrico, un movimiento que no solo escandalizó a su base de fans más purista, sino que marcó un punto de inflexión en la historia de la música popular. Lejos de ceñirse a una estructura biográfica convencional, Mangold construye una narrativa fragmentada, lírica, donde la evolución artística del protagonista se entrelaza con sus relaciones personales y su incesante búsqueda de una voz auténtica. Es un retrato vivo, lleno de matices, que evita el didactismo y apuesta por la emoción y la inmersión.

Uno de los grandes aciertos del film —y no se puede subrayar lo suficiente— es la interpretación central. El actor protagonista Timothée Chalamet (cuyo nombre merece estar grabado junto al del mismísimo Dylan) ofrece un trabajo verdaderamente transformador. No solo se parece físicamente al músico en su juventud, sino que capta su esencia, su mirada huidiza, su ironía, su pasión, su rabia contenida, su espíritu contradictorio. Es una interpretación intensa y matizada, llena de silencios cargados de sentido y de explosiones verbales donde la palabra se convierte en arma y en escudo. Este Dylan no es una caricatura ni una leyenda congelada, sino un ser humano complejo, fascinante, incomprendido incluso por quienes más lo quieren. El actor logra encarnar al artista sin imitarlo, lo encarna con cuerpo, alma y voz. Simplemente magistral. Sin olvidarme de Edward Norton, Elle Fanning y Monica Barbaro que lo bordan también.

La dirección de Mangold acompaña ese proceso con una puesta en escena inspirada y fluida. Hay momentos que parecen extraídos directamente de un sueño febril: conciertos filmados con nervio y pasión, encuentros entre músicos que rebosan autenticidad, largas conversaciones nocturnas donde las ideas fluyen como vino y la música surge como una necesidad existencial. La cámara se mueve con libertad, pero siempre con propósito, atrapando la magia de lo espontáneo y la tensión de lo inevitable. La fotografía —de tonos cálidos, a veces granulada, casi como una película casera de época— nos sumerge en la atmósfera de los años 60 sin recurrir a un estilo visual impostado. Todo se siente orgánico, vivo, sincero.

Uno de los aspectos más bellos y conmovedores de A Complete Unknown es su retrato del lenguaje musical como medio de comunicación entre almas. Las escenas entre Dylan y otros músicos son pequeñas joyas narrativas, donde las palabras muchas veces sobran y las notas, los acordes, los silencios dicen más que mil discursos. Mangold filma estos momentos con una sensibilidad extraordinaria, como si fuéramos testigos de una conversación entre espíritus afines, conectados por una misma urgencia expresiva. Hay algo profundamente humano en ese intento de cambiar el mundo con una canción, de traducir la complejidad del alma a través de un puñado de versos y una melodía inolvidable.

La película no elude los conflictos: nos muestra también las discusiones, los desacuerdos ideológicos, la traición sentida por algunos compañeros de viaje, la presión del éxito, la soledad del artista. En ese sentido, la historia se enriquece al incorporar las turbulentas relaciones sentimentales de Dylan. Por un lado, con una joven ajena al mundo de la música, cuya vida se ve trastocada por el torbellino emocional y existencial que supone estar al lado de un genio. Por otro, con Joan Baez, ya entonces una estrella consolidada, cuyo vínculo con Dylan es tan profundo como contradictorio: una mezcla de compañerismo artístico, admiración mutua y tensión amorosa. La química entre ambos personajes es poderosa, llena de sutiles reproches y silencios elocuentes. No es una historia de amor al uso, sino una relación compleja entre dos talentos descomunales que saben, intuyen, que sus caminos están destinados a chocar y complementarse.

La música —por supuesto— es otro de los pilares de la película. Las canciones de Dylan resuenan como himnos y confesiones, como retratos del tiempo y anticipaciones del futuro. Mangold las incorpora de manera orgánica, sin convertirlas en simples ilustraciones, sino como elementos narrativos que amplifican el drama interior del protagonista. Hay algo casi sagrado en cómo se presentan algunas de ellas, como si estuviéramos asistiendo al nacimiento de una verdad. Y sin embargo, el film nunca cae en la hagiografía: Dylan aparece como un ser lleno de contradicciones, de dudas, de impulsos que no siempre entiende ni controla. Eso lo hace, justamente, más humano y más grande.

Ver A Complete Unknown no es simplemente ver una biografía: es entrar en contacto con el fuego sagrado de la creación. Es una carta de amor a la música, a la rebeldía, a la autenticidad. Es también una reflexión sobre el precio de la fama, sobre la incomprensión, sobre la necesidad de reinventarse y resistir. James Mangold ha hecho una obra madura, emocionante y profundamente personal, que dialoga con lo mejor del cine americano contemporáneo sin dejar de ser fiel a su propia voz.

Como espectador, salgo de cada visionado conmovido, inspirado, con la sensación de haber estado cerca de algo verdaderamente importante. En un año lleno de buen cine, A Complete Unknown se eleva como una obra imprescindible, una joya que miraré y remiraré con devoción. Es, sin la menor duda, mi película estadounidense favorita de 2024. Y lo seguirá siendo. Porque hay películas que entretienen, otras que informan… pero muy pocas que te hagan sentir que has viajado al corazón mismo del arte. Esta es una de ellas.


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