1. Trono de sangre (1957), Akira Kurosawa
La fusión entre el teatro Nō japonés y la tragedia escocesa de Shakespeare dio lugar a una de las más sublimes adaptaciones cinematográficas jamás concebidas. Akira Kurosawa trasladó Macbeth al Japón feudal, y lo convirtió en Trono de sangre (Kumonosu-jō), una obra maestra que combina lo espectral con lo brutal. La historia del general Washizu (Toshiro Mifune), quien, impulsado por una profecía y la ambición sin freno de su esposa, se convierte en un tirano, es narrada con una fuerza visual descomunal. Kurosawa despoja al texto de sus palabras originales, pero no de su alma. Con una atmósfera cargada de niebla, bosque y fatalismo, logra capturar como pocos el corazón podrido del poder. El rostro descompuesto de Mifune, su descenso a la locura, y esa escena final en la que su propio ejército lo acribilla con flechas en una coreografía letal, hacen de esta película no solo la mejor adaptación de Macbeth, sino una de las cumbres absolutas del cine mundial. Es Shakespeare traducido a la estética japonesa, pero más que eso: es Shakespeare hecho espíritu cinematográfico puro.
2. Romeo y Julieta (1968), Franco Zeffirelli
Franco Zeffirelli entendió que para acercar a los jóvenes a Romeo y Julieta no bastaba con tener un texto hermoso: había que poner frente a ellos una historia de amor viva, encarnada en actores reales y no en figuras teatrales. Por eso eligió a Leonard Whiting y a Olivia Hussey, dos adolescentes cuya frescura se convierte en la piedra angular de esta adaptación. Zeffirelli rodó en locaciones italianas, cuidó hasta el último detalle del vestuario y la arquitectura renacentista, y regaló al público una experiencia inmersiva, sensual, trágica. La película no busca modernizar el texto, sino que lo deja fluir en su forma casi original, con todo su lirismo intacto. Pero lo hace desde una sensibilidad visual moderna, con una cámara ágil, una dirección actoral sensible y una partitura inolvidable de Nino Rota. Zeffirelli logró el milagro: que una tragedia del siglo XVI se sintiera como una pasión adolescente tan intensa como cualquier historia contemporánea.
3. Julio César (1953), Joseph L. Mankiewicz
Con un elenco de lujo encabezado por Marlon Brando, James Mason, John Gielgud y Louis Calhern, esta adaptación de Julius Caesar brilla por su fidelidad textual y por su intensidad dramática. Joseph L. Mankiewicz supo trasladar al cine la tensión política, la ambigüedad moral y la traición que recorren la tragedia de Shakespeare sobre el asesinato del dictador romano. Brando, entonces aún subestimado como actor de teatro, sorprendió con un Marco Antonio poderoso y elegante, capaz de declamar el famoso discurso del funeral con fuerza conmovedora. La puesta en escena, aunque teatral en muchos sentidos, se ve elevada por la fuerza interpretativa del reparto y por la claridad con la que se presentan los dilemas del poder, la justicia y la lealtad. En plena Guerra Fría, esta obra resonaba también como una advertencia sobre los peligros del autoritarismo y la fragilidad de la democracia. Cine clásico en su mejor expresión.
4. Macbeth (1971), Roman Polanski
Tras la tragedia personal que supuso el asesinato de su esposa, Sharon Tate, Polanski encontró en Macbeth un terreno fértil para volcar su visión más oscura del alma humana. Esta versión de la tragedia shakespeariana es descarnada, sangrienta, sombría. Donde otros veían poesía, Polanski ve podredumbre. La ambientación es sucia, realista, con castillos fríos, barro, sangre y violencia explícita. La ambición de Macbeth (Jon Finch) y la crueldad de Lady Macbeth (Francesca Annis) se presentan aquí sin atenuantes. Lo sobrenatural —las brujas, las visiones— no es tanto lo que guía la acción, sino una proyección de una culpa y una ambición ya existentes. Esta película no busca complacer, sino inquietar. Es una tragedia que se mira a los ojos, sin filtros, sin el consuelo de la belleza. Y en eso, logra su cometido de manera rotunda.
5. Ran (1985), Akira Kurosawa
La segunda aparición de Kurosawa en esta lista no es casualidad. Ran es mucho más que una adaptación de El rey Lear; es una épica majestuosa que reescribe la tragedia en clave japonesa, inspirándose en la historia del señor feudal Mori Motonari. Aquí, Hidetora (Tatsuya Nakadai), un señor de la guerra envejecido, decide dividir su reino entre sus tres hijos, desencadenando el caos. Kurosawa convierte esta historia en una ópera visual, con batallas monumentales, uso expresivo del color y una sensibilidad trágica apabullante. La locura del viejo señor, el cinismo de los hijos, la desolación final, todo se entrelaza con una profundidad emocional que conmueve hasta los huesos. Ran es, sencillamente, una obra total: pintura en movimiento, tragedia universal y cine en su estado más puro.
6. Hamlet (1996), Kenneth Branagh
De todas las versiones cinematográficas de Hamlet, esta es la más completa: Branagh decidió adaptar el texto completo, sin cortes, en más de cuatro horas de metraje. Pero lejos de resultar pesada, la película se convierte en una experiencia monumental, teatral y cinematográfica a la vez. Ambientada en un fastuoso siglo XIX, filmada en 70mm, y con un elenco estelar (Derek Jacobi, Julie Christie, Kate Winslet, Charlton Heston, Robin Williams), esta adaptación es una celebración del lenguaje y de la puesta en escena. Branagh declama, grita, susurra, se descompone frente a la cámara. Su Hamlet es un príncipe atormentado, sí, pero también un hombre en lucha con la política, la traición y su propia conciencia. La visualidad de la película —con espejos, columnas doradas y largos travellings— hace que el texto vibre con una energía renovada. Un logro técnico y artístico que deja huella.
7. Ricardo III (1995), Richard Loncraine
Ian McKellen protagoniza y adapta —junto a Loncraine— esta versión de Ricardo III ambientada en una distopía fascista de los años 30. La apuesta es radical: se mantiene el texto original, pero se sitúa en un contexto político moderno. Y funciona a la perfección. El Ricardo de McKellen es un monstruo carismático, un tirano seductor que se mueve entre uniformes militares, mítines y asesinatos políticos. La escena en la que se dirige al público rompiendo la cuarta pared, como un psicópata encantador, es de antología. Esta es una de las adaptaciones más inteligentes y frescas de Shakespeare, capaz de resignificar su mensaje sin traicionar su esencia. Un Ricardo que hubiera hecho sonreír al propio Shakespeare con su audacia.
8. El mercader de Venecia (2004), Michael Radford
El cine raramente ha sabido cómo lidiar con El mercader de Venecia, una obra ambigua, incómoda, cuya visión sobre el antisemitismo ha generado debates interminables. Radford, sin embargo, consigue una adaptación sensible, potente y equilibrada, gracias en buena parte a la monumental interpretación de Al Pacino como Shylock. Este Shylock no es un villano caricaturesco, sino un hombre herido, orgulloso, vengativo y trágico. La Venecia que nos presenta Radford es decadente, opulenta, una ciudad donde el dinero y la religión definen destinos. Jeremy Irons, Joseph Fiennes y Lynn Collins completan un reparto impecable. La película no evade las zonas oscuras del texto, sino que las afronta con madurez. Una versión que dignifica y humaniza una de las obras más difíciles del repertorio shakespeariano.
9. Mucho ruido y pocas nueces (1993), Kenneth Branagh
Branagh brilla también en la comedia. Esta adaptación de Much Ado About Nothing es una explosión de alegría, ritmo, encanto y sensualidad. Rodada en la campiña toscana, con luz dorada, viñedos, y un reparto estelar (Emma Thompson, Denzel Washington, Keanu Reeves, Michael Keaton), la película es un festín para los sentidos. Branagh entiende que la comedia de Shakespeare no es solo juego verbal, sino también un combate de ingenios, una danza entre el amor y la ironía. La química entre él y Thompson es magnética, y la dirección fluye con un espíritu juguetón que nunca pierde elegancia. Una comedia shakespeariana que se siente tan fresca como una brisa veraniega.
10. Othello (1995), Oliver Parker
Laurence Fishburne y Kenneth Branagh protagonizan esta potente adaptación de Othello, que se convierte en un drama íntimo, tenso y profundamente racial. Fishburne da vida a un Othello imponente, trágico, un hombre enamorado y orgulloso que cae lentamente en la trampa mortal de los celos. Branagh, como Yago, es una presencia constante y manipuladora, un verdadero demonio disfrazado de amigo. Parker opta por una dirección sobria, pero emocionalmente cargada, y ofrece una versión accesible pero fiel del texto. El racismo, la misoginia y la manipulación psicológica se entrelazan en esta historia que termina en una devastadora catarsis. Una adaptación efectiva, sobria, contundente.
10 (BIS) Enrique V (1989), Kenneth Branagh
Antes de ser el Hamlet más completo del cine, Branagh había debutado como director con esta poderosa versión de Henry V. Frente a la pomposidad estilizada de la versión de Laurence Olivier (1944), Branagh ofrece un rey más humano, más complejo, más vulnerable. La película mezcla la épica de las batallas —como la impactante recreación de Agincourt— con momentos íntimos y reflexivos. La música de Patrick Doyle, el realismo sucio del vestuario y la crudeza de la guerra se conjugan en un retrato maduro de la monarquía y el deber. Y Branagh, joven y decidido, lanza el famoso “Once more unto the breach” con una convicción que electriza. Una obra inaugural que ya mostraba el amor de Branagh por Shakespeare y su talento para llevarlo al cine.
Mención especial: Campanadas a medianoche (1965), Orson Welles
Orson Welles, gran amante de Shakespeare, dio forma a su versión más personal del Bardo con Campanadas a medianoche (Chimes at Midnight), una adaptación que reúne fragmentos de Enrique IV, Enrique V, Las alegres comadres de Windsor y Ricardo II. El foco aquí está en Sir John Falstaff, interpretado magistralmente por el propio Welles, un personaje bufonesco, entrañable y patético. A través de su figura, Welles reflexiona sobre la amistad, el paso del tiempo y la traición. La famosa batalla de Shrewsbury, con su montaje caótico y físico, es una de las más realistas jamás filmadas. Esta es una película sobre la caída de un mundo, sobre la muerte del honor y el nacimiento del poder moderno. Pocas veces Shakespeare ha sonado tan melancólico, tan humano, tan cinematográfico.