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Crítica: Tombstone: La leyenda de Wyatt Earp (1993) ★★★★☆

  ★★★★☆  8,5/10   Estados Unidos 130 minutos

Director George P. Cosmatos
Guionista Kevin Jarre
El reparto:
Kurt Russell como Wyatt Earp
Val Kilmer como Doc Holliday
Sam Elliott como Virgil Earp
Bill Paxton como Morgan Earp
Powers Boothe como Curly Bill Brocius
Michael Biehn como Johnny Ringo
Dana Delany como Josephine Marcus

CRITICA: 
Opina @gandolcine

En una época en la que el western parecía condenado a la desaparición, Tombstone: La leyenda de Wyatt Earp (1993) irrumpió como un inesperado renacimiento del género junto a Bailando con lobos (1990) y a Sin perdón (1992). Dirigida por George P. Cosmatos y con un guion de Kevin Jarre, la película logró lo que pocos títulos de su tiempo pudieron: combinar la épica clásica del Oeste con una mirada moderna, visualmente potente y emocionalmente compleja. Más de tres décadas después, Tombstone sigue siendo uno de los westerns más sólidos, entretenidos e infravalorados de los últimos cuarenta años.

Pese a su éxito moderado en taquilla y a las comparaciones inevitables con Wyatt Earp (1994) de Lawrence Kasdan, lo cierto es que Tombstone ha resistido mucho mejor el paso del tiempo. Su ritmo vibrante, su espectacular reparto y su perfecta combinación de acción, drama y leyenda la convierten en una obra de culto que merece ser reconocida como un clásico moderno del western.

La historia de Wyatt Earp, el célebre sheriff que impuso la ley en el violento pueblo de Tombstone, Arizona, ha sido contada en innumerables ocasiones, pero pocas veces con tanta energía y carisma. La película se centra en la llegada de Earp y sus hermanos al pueblo, su intento de llevar una vida tranquila y el inevitable enfrentamiento con los temidos forajidos conocidos como “los Cowboys”, una banda que domina la región a base de violencia y corrupción.

Lejos de la solemnidad de otros westerns revisionistas, Tombstone apuesta por una narrativa directa, de ritmo ágil y tono casi operístico. Cada duelo, cada mirada y cada frase parece diseñada para reforzar el mito, pero sin perder de vista la humanidad de los personajes. En ese equilibrio entre la épica y lo íntimo reside gran parte de su encanto.

George P. Cosmatos consigue algo difícil: respetar las convenciones del género mientras las actualiza para el público de los 90. La puesta en escena es elegante, con una fotografía impecable de William A. Fraker, que captura los paisajes áridos y las luces crepusculares del desierto con un romanticismo visual que remite a los grandes clásicos de John Ford. Pero al mismo tiempo, el montaje y el tono dramático son modernos, cercanos al cine de acción de su tiempo, sin perder el alma del western.

Si Tombstone funciona tan bien es, en gran medida, por su reparto absolutamente excepcional. Kurt Russell encarna a Wyatt Earp con una mezcla de autoridad, carisma y vulnerabilidad que le sienta como un guante. Su interpretación no es la del héroe infalible, sino la de un hombre cansado de la violencia, que intenta alejarse del conflicto pero que, al final, comprende que su destino está irremediablemente ligado a la justicia. Russell dota al personaje de una sobriedad que evita cualquier tipo de artificio y que convierte cada uno de sus gestos en pura autenticidad.

Sin embargo, el alma de la película —y su mayor tesoro— es Val Kilmer en el papel de Doc Holliday. Su interpretación es, sencillamente, magistral. Pocas veces un personaje secundario ha tenido tanta fuerza y tanta presencia. Kilmer construye a Holliday como un dandi enfermo de tuberculosis, alcohólico, cínico y brillante, que vive al borde de la autodestrucción pero mantiene un código de honor férreo. Su relación con Wyatt Earp es el corazón emocional de la película: una amistad cimentada en el respeto, el sacrificio y la redención.

Cada frase de Kilmer es oro puro. Su ironía, su elegancia decadente y su manera de moverse entre la fragilidad y el orgullo lo convierten en una figura trágica inolvidable. Es, sin duda, el mejor trabajo de Val Kilmer en toda su carrera, y uno de los personajes más carismáticos que ha dado el género en las últimas décadas. Su interpretación es tan icónica que eclipsa incluso al resto del elenco, lo cual no es poca cosa.

El reparto se completa con actores de enorme nivel: Sam Elliott y Bill Paxton aportan solidez y humanidad como los hermanos de Wyatt; Powers Boothe y Michael Biehn son excelentes como los villanos de la banda de los Cowboys, llenos de carisma y brutalidad; y Dana Delany brilla como la mujer que despierta los sentimientos más profundos del protagonista. Cada actor encaja perfectamente en este fresco coral que retrata el lado heroico y trágico del Lejano Oeste.

Una de las mayores virtudes de Tombstone es su capacidad para entretener sin sacrificar calidad. Durante más de dos horas, la película combina acción intensa, humor, drama y emoción, logrando un equilibrio que pocas producciones del género consiguen. Las secuencias de tiroteos están rodadas con una claridad y precisión envidiables: no hay abuso del montaje, ni efectos excesivos, ni confusión visual. Cada disparo tiene peso, cada enfrentamiento respira tensión.

El duelo en el O.K. Corral, uno de los momentos más recordados del cine del Oeste, está filmado con una elegancia y un pulso narrativo extraordinarios. Cosmatos consigue que la violencia no sea un simple espectáculo, sino una prolongación inevitable del conflicto moral de sus personajes. Esa mezcla entre estilización visual y emoción genuina hace que Tombstone sea tan vibrante hoy como lo fue en 1993.

Además, la película posee algo que muchas superproducciones actuales parecen haber olvidado: alma. A través de sus personajes, Tombstone habla del honor, la amistad, la lealtad y la lucha contra la corrupción, sin necesidad de subrayarlo. Todo fluye de manera natural, dentro de una historia que combina el clasicismo con la modernidad de forma ejemplar.

Pese a su enorme calidad, Tombstone no siempre ha recibido el reconocimiento que merece. Quizá su estreno cercano a Wyatt Earp de Kasdan —más ambiciosa, pero mucho menos efectiva— la relegó injustamente a un segundo plano. Sin embargo, con el tiempo, el público y la crítica han ido redescubriéndola como una de las mejores películas del género de los últimos 40 años.

Mientras otros westerns posteriores intentaban deconstruir la mitología del Oeste, Tombstone la abrazaba sin complejos, recordando que el género podía seguir siendo apasionante si se contaba con honestidad y energía. No pretende reinventar la rueda, sino devolverle el brillo. Y lo consigue.

Su tono épico, su sentido del espectáculo, su reparto estelar y su carga emocional la convierten en un título fundamental para cualquier amante del cine del Oeste. Además, su influencia se percibe en producciones posteriores que intentaron capturar ese equilibrio entre clasicismo y modernidad, aunque pocas lo lograron con tanta eficacia

Conclusión: una leyenda que no envejece

Tombstone: La leyenda de Wyatt Earp es, sin duda, una de las películas más entretenidas y redondas del western contemporáneo. Tiene ritmo, carisma, emoción y momentos memorables. Pero, sobre todo, tiene personajes que se quedan grabados en la memoria: héroes cansados, amigos leales, villanos inolvidables y un Doc Holliday que pertenece ya al panteón de los grandes iconos del cine.

Es un film que se disfruta en cada revisión, un espectáculo visual y narrativo que honra la tradición del género mientras demuestra que aún puede ser relevante, vital y profundamente humano.

Infravalorada en su momento, hoy puede verse con la perspectiva que merece: una obra notable, elegante y apasionada, que no solo mantiene vivo el espíritu del western, sino que lo engrandece.

Nota: 8,5/10 — Un western de leyenda. Vibrante, emotiva, con el mejor Val Kilmer de su carrera y con una bso perfecta.


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