★★★☆☆ 6,5/10 2025
ÍTULO ORIGINAL: one battle after another
DIRECCIÓN: Paul Thomas Anderson
INTÉRPRETES: Leonardo DiCaprio, Benicio del Toro, Sean Penn, Regina Hall, Teyana Taylor, Chase Infiniti, Wood Harris, Alana Haim, Benicio del Toro
GUIONISTA: Paul Thomas Anderson
BASADA EN: la novela "Vineland", escrita por Thomas PynchonFOTOGRAFÍA: Paul Thomas Anderson, Michael Bauman
MÚSICA: Jonny Greenwood
DISTRIBUIDORA EN ESPAÑA: Warner Bros Pictures
Argumento
Bob, el ya acabado revolucionario (DiCaprio) existe en un estado de paranoia y drogado. Sobrevive desconectado de los demás con Wilma, su enérgica y auto-suficiente hija (Infiniti). Cuando su malvado archienemigo (Penn) reaparece al cabo de 16 años y ella desaparece, el ex radical lucha para encontrarla. Tanto la hija como el padre tienen que luchar contra las consecuencias del pasado de éste.
(fuente de la sinopsis Warner Bros Pictures)
Han pasado ya varias semanas desde que vi Una batalla tras otra, la nueva película de Paul Thomas Anderson, y aunque reconozco que no me ha dejado una huella especialmente profunda, no puedo negar que se trata de una experiencia cinematográfica estimulante, entretenida y, por momentos, brillante. No estamos ante una de sus obras maestras, pero sí ante un film que demuestra, una vez más, que Anderson es uno de los pocos directores capaces de mover las piezas del caos sin perder la compostura artística. Siendo Magnolia, Boogie Nights y Pozos de ambición para mi gusto sus 3 obras maestras, esta no está en ese nivel, por lo que recomiendo ir sin sin muchas expectativas.
El resultado final es irregular, excesivo y, en ocasiones, desconcertante, pero también lleno de vida, humor y talento. Es cine que se disfruta mientras sucede, aunque no deje demasiado poso al salir de la sala.
Basada libremente en la novela Vineland de Thomas Pynchon, Una batalla tras otra es una especie de radiografía delirante y crítica de la sociedad estadounidense contemporánea. Anderson la convierte en una mezcla de sátira política, comedia negra y drama coral donde conviven el racismo, el terrorismo, los extremismos ideológicos, la inmigración, la manipulación mediática y la descomposición moral del país. Todo se mezcla, se confunde y estalla en una sucesión de escenas que a veces rozan lo absurdo, pero que siempre mantienen el pulso visual y narrativo que caracteriza al cineasta.
El film no busca ofrecer respuestas ni sermones, sino exponer el caos con una mirada irónica, casi sarcástica, como si Anderson nos dijera: “Esto es lo que somos ahora, y ni siquiera sabemos por qué”. En ese sentido, el tono recuerda por momentos a
El guion de Anderson es tan fascinante como disperso. No hay una línea narrativa clara ni un desarrollo tradicional de personajes. Todo funciona más como una sucesión de estampas o pequeñas historias que giran en torno a un eje común: la decadencia moral de una sociedad que ha perdido el rumbo.
Hay momentos de lucidez absoluta, con diálogos afilados y situaciones cargadas de humor negro, pero también hay escenas que parecen metidas con calzador o que se quedan a medio desarrollar. Se nota que Anderson ha querido abarcar demasiados temas —política, religión, familia, poder, medios de comunicación, fanatismo— y que en ese intento de construir un gran mosaico ha dejado algunos huecos sin llenar.
No obstante, es injusto medir una película como esta con los parámetros de la coherencia o la precisión narrativa. Una batalla tras otra no pretende ser lógica ni cerrada, sino reflejar un mundo que ha dejado de serlo. Aun así, hay tramas que se diluyen demasiado rápido, personajes que desaparecen sin explicación, y un final que puede resultar tan discutible como simbólico. Lo que parece importar aquí no es el “qué”, sino el “cómo”: la forma de mirar y de retratar la locura colectiva.
En el apartado interpretativo, Una batalla tras otra ofrece actuaciones sólidas, aunque no memorables. Leonardo DiCaprio cumple con solvencia en un papel complejo, que combina momentos de lucidez con estallidos de ira y vulnerabilidad. Su presencia es magnética, y aunque no alcanza el nivel de sus mejores interpretaciones, sigue siendo un actor que eleva cualquier escena en la que aparece. Anderson le da espacio para brillar, aunque a veces se note demasiado el esfuerzo por convertirlo en el eje emocional del relato.
Por su parte, Sean Penn interpreta al coronel Steven J. Lockjaw, una especie de villano simbólico, encarnación de la brutalidad y el autoritarismo. Su trabajo es excesivo, casi caricaturesco, pero eso parece formar parte del juego propuesto por Anderson. Aun así, su personaje roza la autoparodia y termina perdiendo credibilidad. No es culpa de Penn, que sigue siendo uno de los grandes actores de su generación, sino del tono desbordado del guion, que a veces sacrifica la sutileza por el impacto visual o emocional.
El resto del reparto, aunque con menos protagonismo, cumple sobradamente. Todos los actores parecen disfrutar de ese ambiente caótico y excéntrico, algo que le da a la película un aire de libertad creativa que se agradece.
Si algo no se le puede reprochar a Paul Thomas Anderson es su dominio absoluto del lenguaje cinematográfico. Una batalla tras otra es visualmente espectacular, con una dirección de fotografía que roza lo sublime. Cada plano está cuidadosamente compuesto, cada movimiento de cámara tiene intención, y la puesta en escena logra combinar el realismo con lo onírico de una manera que solo Anderson podría conseguir.
A nivel técnico, la película es impecable: el montaje, el uso del color, el diseño de sonido y la banda sonora (otra colaboración excelente con Jonny Greenwood) convierten la experiencia en algo hipnótico. Anderson evita cualquier tono moralista y opta por una mirada irónica, incluso absurda, hacia la violencia y la deshumanización que retrata. Su ironía no busca justificar nada, sino exponer lo grotesco de un sistema que ya no sabe distinguir entre la verdad y la locura.
Es cierto que Una batalla tras otra puede descolocar a muchos espectadores. Su ritmo irregular, sus tramas fragmentadas y su tono cambiante —a veces cómico, a veces trágico— pueden generar cierta distancia. Pero también es una película que atrapa, que divierte y que mantiene el interés durante casi tres horas sin volverse tediosa. Anderson logra que, a pesar de la confusión, el espectador permanezca atento, fascinado por la energía que desprende cada secuencia.
Y ahí radica su mérito: aunque no emociona ni conmueve como otras de sus obras, sí entretiene y estimula intelectualmente. Es una película imperfecta, pero nunca mediocre. Una obra de un autor en plenitud, dispuesto a arriesgar incluso cuando el resultado es desigual.
Una batalla tras otra no está entre lo mejor de Paul Thomas Anderson, pero sigue siendo un film valioso dentro de su filmografía. Es excesiva, caótica y a veces frustrante, pero también vibrante, lúcida y llena de ideas. No tiene la fuerza trágica de Pozos de ambición ni la precisión emocional de Magnolia, pero sí conserva el sello inconfundible de su autor: la mirada crítica, la ironía mordaz y la belleza visual.
Puede que no deje una marca profunda, pero ofrece un espectáculo cinematográfico estimulante, con momentos de auténtico genio. Y eso, en los tiempos que corren, no es poco.
Una película irregular pero muy disfrutable, que confirma que incluso un Anderson menor sigue siendo más interesante que la mayoría de los estrenos actuales.