★★★☆☆ 6/10 2025
Directora: Kathryn Bigelow
Guionista: Noah Oppenhe
Reparto Principal
La película cuenta con un reparto coral, destacando:
Idris Elba (como POTUS - Presidente de los Estados Unidos)
Rebecca Ferguson (como la Capitana Olivia Walker)
Gabriel Basso (como Jake Baerington)
Jared Harris (como Reid Baker)
Tracy Letts (como General Anthony Brody)
Greta Lee (como Ana Park)
Anthony Ramos (como Daniel Gonzalez)
Moses Ingram (como Cathy Rogers)
Había mucha expectación en torno a Una casa llena de dinamita, el nuevo proyecto de Kathryn Bigelow, una cineasta que ha demostrado sobradamente su talento con títulos tan contundentes como En tierra hostil, Días extraños o La noche más oscura. Bigelow ha sido siempre una directora capaz de combinar tensión, acción y profundidad emocional, y por eso no era extraño que muchos esperáramos algo grande de su nueva incursión en el cine de catástrofes geopolíticas.
La premisa, al menos sobre el papel, resultaba prometedora: un relato que aborda la inminencia del desastre nuclear desde diferentes perspectivas, explorando las reacciones humanas ante el miedo, la incertidumbre y el poder. La película cuenta con un reparto de primer nivel encabezado por Rebecca Ferguson, Idris Elba y Anthony Ramos, todos ellos intérpretes solventes y carismáticos. Con estos ingredientes, era lógico pensar que Bigelow volvería a firmar un thriller intenso y preciso. Sin embargo, aunque el resultado final es correcto, el conjunto deja la sensación de haber desperdiciado una oportunidad de oro para crear algo realmente memorable.
El arranque de la película es impecable. Bigelow demuestra, una vez más, su capacidad para sumergir al espectador en la acción sin necesidad de artificios. En los primeros compases se percibe la tensión contenida de un día que parece rutinario, pero que pronto se transforma en pesadilla. La directora maneja la cámara con pulso firme, alternando planos cerrados con tomas amplias que transmiten la magnitud del evento que se avecina. El espectador entra de lleno en la atmósfera de alerta y desconcierto, donde cada gesto, cada mirada, anticipa la tragedia.
No obstante, a medida que la historia avanza, el ritmo se resiente. La película, que parecía dispuesta a mantener una tensión constante, empieza a dilatarse innecesariamente con subtramas y puntos de vista secundarios que no aportan demasiado. La narrativa se dispersa y, aunque la idea de contar la misma situación desde diferentes perspectivas tiene potencial, termina por resultar redundante. Lo que en un principio parecía una estructura ingeniosa y ambiciosa, se convierte con el tiempo en un ejercicio reiterativo que resta intensidad al conjunto.
La estructura de tres actos: una idea interesante que no termina de cuajar. Bigelow divide el relato en tres actos bien diferenciados, cada uno centrado en un conjunto de personajes y su visión de los hechos. En teoría, esta elección narrativa debería permitir un análisis más profundo de la situación, mostrando cómo un mismo acontecimiento afecta de maneras distintas a quienes lo viven desde diferentes posiciones de poder o vulnerabilidad. Sin embargo, en la práctica, el recurso acaba perdiendo fuerza por falta de novedad entre los segmentos.
El primer acto nos introduce en la rutina de los militares a cargo de la operación. Allí conocemos a la capitana Olivia Walker (interpretada con gran convicción por Rebecca Ferguson) y al mayor Daniel González (Anthony Ramos), quienes se enfrentan a lo que creen ser una simple prueba de protocolo. La tensión está muy bien dosificada: los silencios, la atmósfera enrarecida y los pequeños detalles en la base militar van construyendo la sensación de que algo no encaja. Bigelow filma esta parte con nervio y precisión, recordando por momentos la crudeza de En tierra hostil.
El segundo acto cambia de escenario y de tono. Seguimos ahora a las autoridades civiles y militares encargadas de coordinar la respuesta. Este segmento se adentra en la maquinaria burocrática y en los juegos de poder que surgen cuando la catástrofe parece inminente. Es aquí donde la película gana cierta densidad política, pero también donde empieza a perder cohesión. Hay un exceso de personajes y de información que se superponen sin necesidad, y el resultado es un tramo confuso que ralentiza el ritmo narrativo.
Finalmente, el tercer acto centra la atención en el presidente de los Estados Unidos, interpretado por un sólido Idris Elba. Es probablemente la parte más contenida y emocional del film, con Elba ofreciendo un retrato creíble de un líder atrapado entre la razón, el deber y el miedo. En sus escenas, Bigelow logra recuperar parte de la tensión inicial, apoyándose en la mirada humana del personaje y en los dilemas morales que enfrenta. Sin embargo, cuando parece que la historia va a estallar en un clímax catártico, la película se detiene de forma abrupta, dejando todo en el aire.
El desenlace es, sin duda, el punto más polémico de Una casa llena de dinamita. Bigelow opta por un cierre abrupto, sin ofrecer resoluciones claras ni respuestas a los interrogantes planteados. Es evidente que la intención es generar ambigüedad, invitar al espectador a reflexionar sobre las consecuencias de nuestras decisiones y sobre la fragilidad del equilibrio mundial. Pero el efecto que produce no es tanto de reflexión como de desconcierto.
El espectador siente que la historia se interrumpe justo cuando estaba alcanzando su punto más alto. Después de una construcción tan detallada, resulta decepcionante que la película no se atreva a llevar su premisa hasta las últimas consecuencias. No se trata de exigir explicaciones ni finales cerrados, sino de coherencia narrativa: la película promete un estallido y acaba en un suspiro. Lo que podría haber sido un final impactante se convierte en un anticlímax que diluye toda la tensión acumulada.
Sería injusto decir que Una casa llena de dinamita es una mala película. No lo es. De hecho, en muchos aspectos funciona muy bien. Bigelow sigue siendo una maestra en la construcción del suspense y en la dirección de escenas de alta presión. Hay secuencias —sobre todo en la primera mitad— que resultan electrizantes, con un ritmo medido y una sensación constante de peligro inminente. La directora sabe cómo mantener la atención del espectador y cómo crear atmósferas opresivas sin recurrir a clichés visuales.
El problema es que, más allá del buen oficio, falta emoción genuina. La película parece hecha con la cabeza, no con el corazón. Todo está calculado, planificado, controlado… pero pocas veces logra conmover o sorprender. El guion, aunque correcto, se muestra demasiado dependiente de su estructura y no termina de desarrollar a fondo a los personajes. Se echa de menos la intensidad emocional y el enfoque humano que hicieron tan potentes sus anteriores trabajos.
Si algo sostiene la película incluso en sus tramos más irregulares es el trabajo de su reparto. Rebecca Ferguson vuelve a demostrar por qué es una de las actrices más versátiles del panorama actual. Su capitana Walker es un personaje complejo, dividido entre la obediencia militar y la conciencia moral. Ferguson le imprime una fuerza contenida que se mantiene incluso cuando el guion no le ofrece demasiado margen de evolución.
Anthony Ramos aporta frescura y nervio como el mayor González, un soldado pragmático que intenta mantener la calma mientras todo se desmorona a su alrededor. Y Idris Elba, en el papel del presidente, ofrece una interpretación sobria, llena de autoridad y vulnerabilidad. Su presencia impone, y sus escenas son, sin duda, de lo mejor de la película.
En cuanto al apartado técnico, Una casa llena de dinamita es impecable. La fotografía de Barry Ackroyd —colaborador habitual de Bigelow— vuelve a destacar por su realismo y su capacidad para transmitir urgencia. El uso del color, los encuadres tensos y la iluminación fría contribuyen a crear un clima de inminencia constante. La banda sonora, discreta pero efectiva, acompaña la tensión sin imponerse, y la edición mantiene un ritmo firme pese a los altibajos del guion.
Uno de los grandes aciertos del film es su premisa temática: la reflexión sobre el poder, la responsabilidad y el miedo en tiempos de crisis global. Bigelow siempre ha mostrado interés por el comportamiento humano en situaciones extremas, y aquí vuelve a explorar ese terreno. Sin embargo, el desarrollo no alcanza la profundidad que prometía. La película plantea preguntas interesantes —¿hasta qué punto estamos preparados para enfrentar lo impensable? ¿Qué significa realmente el deber cuando el mundo puede desaparecer en minutos?—, pero rara vez las responde o las desarrolla más allá de la superficie.
La intención de la directora es clara: mostrar cómo las distintas capas del poder reaccionan ante una amenaza que pone en jaque la estabilidad del planeta. Pero el enfoque se queda a medio camino entre el thriller político y el drama existencial. El guion no se decide del todo por ninguno de los dos registros, y eso termina por restarle impacto.
En resumen, Una casa llena de dinamita es una obra sólida en lo técnico, pero irregular en lo narrativo. Tiene momentos brillantes, actuaciones destacadas y una dirección firme, pero también un guion que se dispersa, un ritmo irregular y un desenlace que deja más frustración que asombro.
Kathryn Bigelow sigue demostrando que es una directora con una mirada poderosa, pero esta vez no logra alcanzar la altura de sus mejores trabajos. El resultado es una película que se ve con interés, que mantiene cierto pulso y que ofrece tensión genuina en algunos tramos, pero que finalmente se queda corta en ambición emocional y en contundencia dramática.
No es un fracaso, pero tampoco un triunfo. Es uno de esos filmes que empiezan con fuerza, generan expectativas y acaban diluyéndose poco a poco hasta dejar una sensación de “podría haber sido más”. En el contexto actual de las producciones de Netflix, se trata de un estreno más que digno, una película que entretiene y que, durante buena parte de su metraje, consigue mantener la atención. Pero, una vez terminada, es difícil no sentir que se olvidará pronto.
Y decir eso de una película de Kathryn Bigelow, con Rebecca Ferguson e Idris Elba en el reparto, es casi un sacrilegio cinematográfico.
En definitiva, Una casa llena de dinamita es interesante, tensa y visualmente impecable, pero también fría, irregular y carente de un verdadero golpe emocional. Una cinta correcta, pero fallida, que deja con la sensación de haber presenciado algo que rozaba la grandeza y se quedó a las puertas.
Disponible en Netflix

